El sermón de La Victoria

Pongamos que conocés a una chica a la vuelta del colegio, que la llevás a su casa y se despiden en la vereda. Que al otro día desaparece y la gente sale a exigir justicia. Que se desata la cacería y una noche tocan tu puerta. Que te torturan y confesás lo que sea, admitiendo que la enterraste. Que vas a dar a la cárcel y tu familia queda en la ruina. Que caen presos tu viejo y tu hermana, sin olvidar a la amiga que te presentó a la chica. Que se llevan a la madre de la amiga, acusándola de abortera. Que tus hermanos van perdiendo el trabajo, pues tu nombre se ha convertido en una mala palabra. Que tus hermanitos dejan la escuela y a la más pequeña la echan de la escolta de la bandera. Que te pescás el sida en la cárcel y que otro preso te da un puntazo y terminás en el hospital. Pongamos entonces que nueve años después, ella vuelve lo más pancha, pues sólo se había ido de casa. Lo que cuenta El sermón de La Victoria resulta familiar a todo argentino de nuestra época y pudo haber sucedido en cualquier parte del país. Los personajes son aquellos que se conocen desde siempre y aún siguen transitando sus calles. Incluso, los más importantes figuran con su nombre real. Eduardo Belgrano Rawson ha escrito una historia que parece una creación del realismo mágico. El arco que despliega su narración magistral va de la ternura a la crueldad con una naturalidad sorprendente, y la sonrisa se convierte en mueca. El sermón de La Victoria lo confirma como uno de los escritores más originales en lengua española. Cada una de sus obras ha dejado una huella en el sistema literario argentino.