La casa de bambú La casa de bambú

La casa de bamb‪ú‬

    • $ 15.900,00
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Descripción editorial

Me llamo Nicolás Reyes Nucamendi. Y no entiendo el sentido de la vida si no estoy junto a mi mujer. Paulina Pérez Hernández, a quien estoy ligado como el agua de los ríos a su cauce, desde que conocimos los deleites del amor en una playa de arena fina en la que nunca pega el sol. La playa no es más grande que la sombra de un árbol. Se esconde tras una loma de piedras pulidas por el viento y salpicadas de c**a de tordos, entre veinticinco sauces decanos y un recodo del gran Río de Flores.
Así inicia La casa de Bambú: una historia de agravios y rebeliones de Saúl López de la Torre, escritor chiapaneco, normalista rural.
Casi al final de la Casa de Bambú el entrañable Güero Martínez sufre una enfermedad terrible y decide suicidarse: mientras pulía los detalles del plan de su suicidio pensó que morir sobrio sería un desperdicio estúpido. Decidió que antes de pegarse el tiro se zamparía media docena de cervezas, tres caballitos de tequila, una botella de vino tinto. Comenzó a beber. Y mientras bebía leyó una y otra vez el poema: Algo sobre la muerte del mayor Sabines...:

Del mar, también del mar,
De la tela del mar que nos envuelve.
De los golpes del mar y de su boca.
De su vagina obscura,
De su vómito,
De su pureza tétrica y profunda,
Vienen la muerte, Dios, el aguacero,
Golpeando las persianas,
La noche, el viento.

El Güero erró el tiro mortal: Las bebidas le bajaron por el esófago como una caricia dulce. Asentó el cañón del revólver en el punto marcado por un buen amigo médico: el centro exacto del corazón. La fuerza errática de sus dedos ebrios desvió el disparo hacia el brazo izquierdo. La emoción prueba que la vida es una aventura peligrosa. Pero es también el gusto por la lectura, la justicia y la comida. La exuberancia culinaria, primera señal de salud espiritual respira, permanente, en la novela... Les dio de cenar carne asada de ternera, frijoles refritos, guacamole, salsa de chile de árbol, queso fresco, tortillas recalentadas, pan de dulce y café negro... cenamos tamales de faisán y jabalí envueltos en hierbasanta; bacalao al vapor con tomates, jengibre, chiles blancos y papas; chocolate amargo con leche y canela; y taberna en envases de cartón... Cosas elementales y celestes que dan sentido a la vida de los hombres.
La vocación por los jodidos, dice Saúl, nos conduce a Marx, a la sierra. Los escondrijos oscuros e impermeables, las hondonadas inmensas que se escondían bajo el follaje, los barrancos con la panza llena de niebla, las grutas milenarias que traspasaban las montañas, los cauces pedregosos de los ríos serpentines y saltarines, los picos escarpados con sus cobijas de nubes, los árboles de troncos inmensos y el manto infinito de ramas y hojas entrelazadas, el pesado silencio de los pájaros, la discreción de los reptiles, la mesura de los jaguares, el trajín de los insectos, los destellos verdes y azules del mar que se pierden en la lejanía, el estallido de la caída del sol, la negra oscuridad que le sucede. La savia de las piedras, la sangre del aire y de la luz. El hálito de los muertos con agujeros por donde deambulaban los gusanos. La dulce ilusión de la venganza justiciera. Todo, todo lo que era y todo lo que significaba la sierra, había estado allí, siempre, para atacar y eludir el enemigo. Un escenario permanente de guerra, de arrebatos indómitos, nunca un laboratorio para estudiosos de la pobreza degradante.
-Sí, por aquí han pasado los zancas que traen pleito con los guachos. Siempre los veo y me platican sus penas. Tendría yo nueve años la primera vez que les escondí los rifles y un poco de parque, en aquella cueva. Es buena esa cueva, pasan años y nunca se mojan las cosas. Las balas truenan como nuevas. Comida también les he dado. Comida y medicinas. Se las he llevado al campamento.

Historia no-velada de nuestros últimos cincuenta años. La guerra sucia de los setenta. El palacio negro de Lecumberri. La denigrante tortura. La sociedad carcelaria. La cárcel como una trinchera más: La cárcel fue una gran escuela para los guerrilleros que sobrevivieron a los centros clandestinos de torturas, enfrentándola día a día con el respaldo de los libros, la familia y los amigos, la desazón de los golpes postreros de la derrota y esperanza de recuperar la libertad. La cárcel, laboratorio de la condición humana. Territorio desnudo y áspero, donde confluye el mosaico multiforme de la sociedad entera: la burguesía, la pequeña burguesía, el proletariado, los campesinos, la escoria criminal y el Estado con su aparato administrativo y judicial, sus fuerzas represivas, el tinglado cultural y religioso de dominación ideológica, la lucha de clases, la corrupción estructural y los ejemplos excepcionales de honestidad y devoción... Es el mismo Jaime Sabines quien contesta al Güero Martínez en el pasaje terrible del suicidio que se frustra: Y viene Dios, el manco de cien manos, ciego de tantos ojos, sordo, sin hijos, derrama su corazón en la copa de su vientre

GÉNERO
Ficción y literatura
PUBLICADO
2011
9 de julio
IDIOMA
ES
Español
EXTENSIÓN
501
Páginas
EDITORIAL
Artefacto
VENTAS
Ink it
TAMAÑO
1.5
MB

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