Pilares y Estaciones de la Sabiduría
Descripción editorial
La naturaleza humana tiene tres planos: el plano de la voluntad, el del amor y el del conocimiento; cada uno de ellos se polariza en dos modos complementarios, de suerte que se presentan respectivamente como renuncia y acto, paz y fervor, discernimiento y unión.
La voluntad se escinde en cierta forma en un modo afirmativo y un modo negativo, pues no puede más que llevar a cabo o abstenerse: o hay que hacer el «bien», o hay que evitar el «mal». En la vida espiritual, la actitud negativa viene en principio antes que el acto positivo o afirmativo, porque la voluntad se encuentra hundida a priori en su estado —natural desde la caída— de afirmación pasional y ciega; toda vía tiene que empezar por una «conversión», una inversión aparentemente negativa de la voluntad, es decir, un movimiento indirecto hacia Dios en forma de separación interior con respecto a la falsa plenitud del mundo. Este alejamiento corresponde a la estación de la renuncia o del desapego, de la sobriedad, del temor de Dios: lo que hay que superar es el deseo, el apego pasional, la idolatría por las cosas efímeras; el error de la pasión lo prueba su conexión con la impureza, la corrupción, el sufrimiento y la muerte. El prototipo divino de la virtud del desapego es la Pureza, la Impasibilidad, la Inmortalidad; esta cualidad, tanto si la consideramos in divinis como si la consideramos en nosotros mismos, o alrededor de nosotros, es como el cristal o la nieve, o como la fría serenidad de la alta montaña; en el alma, es una anticipación espiritual de la muerte, y por ello mismo una victoria sobre ésta. Es la fijación en la instantaneidad, la inmovilidad espiritual, el temor de Dios.