Shikoku. Peregrinaje de la madurez a la vejez.
Descripción editorial
Si pudiera volver a vivir un solo día con mi madre de los casi trece mil que pasé a su lado, escogería aquel en que fue a recogerme a la escuela vestida de rosa y oliendo también a rosa. Aquella vez, en la solapa de su abrigo, ella llevaba una flor hermosa, a pesar de que era negra. Iba peinada de chongo y el pelo cobrizo le brillaba como nunca. Sus ojos verdes hablaban de que acababa de hacer el amor con mi padre, aunque eso no lo supe entonces. Cuando la vi, le dije que había olvidado mi suéter en clase porque quería que se quedara más tiempo en la puerta de la escuela para que todas mis amigas la vieran. Si pudiera volver a vivir ese día con mi madre, le confesaría que a veces sentía celos de su piel de nácar, de sus larguísimas uñas y de sus manos esbeltas y que no entiendo por qué no la abracé más seguido si se me antojaba hacerlo siempre que se me acercaba. Le pediría que me contara otra vez su tristeza de niña cuando oyó a unas señoras cuchichear al verla: ¨pobre de Amparo, es huérfana¨. Le pediría que me lo contara otra vez para consolarla diciéndole que he ido sembrando árboles para rescatar su esencia. Porque yo siempre supe que mi madre amaba las plantas, aunque lo hiciera en secreto como solía hacerlo todo por su timidez. Si volviera a vivir ese día con mi madre, le pediría perdón por haber preferido a mi padre, porque sé que ese día ella lo hubiera entendido. Le diría todo esto a mi madre cuando fue a buscarme a la escuela vestida de rosa y oliendo también a rosa porque nunca volví a verla más abierta. Porque nunca volví a verla tan contenta. Si hoy pudiera volver a vivir ese día con mi madre, me convertiría en su madre aunque sólo fuera un instante.