Conflicto Amazónico 1932-1934
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Descripción editorial
Han sido pocas las oportunidades en que los colombianos nos hemos unido para alcanzar un objetivo común. Tan escasas, que casi se podrían contar en los dedos de la mano. Y una de ellas, tal vez la más significativa en lo que va del presente siglo, tuvo lugar hace sesenta años.
En 1932, peruanos con el aval de su gobierno ingresaron a nuestro territorio por la frontera de Leticia. La soberanía nacional se vio amenazada y, por primera vez desde la lucha contra España en el siglo pasado, la nación como tal se unió frente a la agresión. Las hostilidades se prolongaron oficialmente hasta 1934, cuando se acordó su fin.
Como es obvio, las Fuerzas Armadas fueron protagonistas de ese episodio, a raíz del cual Colombia entendió de una vez por todas la importancia de contar con una fuerza pública profesional. La integridad del territorio se defendió con éxito gracias al valor de nuestros soldados, a la dirección política y diplomática y al apoyo de todos los sectores de la sociedad. Cosa similar no había ocurrido en algo más de un siglo de vida republicana.
Luego de las luchas por la independencia de España, nuestro país vivió convulsionadas décadas. Las guerras civiles estuvieron a la orden del día y cada región defendió sus intereses locales y políticos por medio de las armas. A cada desacuerdo se respondía con la conformación de ejércitos o milicias regionales, que no eran otra cosa que bandas armadas carentes de formación profesional y de conocimientos militares.
Estaban compuestas, sin duda alguna, por hombres valientes y arrojados, pero ajenos a lo que es una formación militar seria que respondiera a un propósito nacional. Eran campesinos o jornaleros que de la noche a la mañana devenían soldados por cuenta de los vaivenes de la Política o, las más de las veces, por el capricho de sus patrones.
Los oficiales de estas guerras casi todos con el grado de general, no tenían sueldo, apenas la retribución política del eventual triunfo de sus armas. Y los soldados no tenían más paga que el botín o que una pensión estatal tan remota como su victoria.
Ejemplos sobran. Pero tal vez el más conocido pertenece al universo de la literatura. El coronel Aureliano Buendía es el mejor caso del militar de ese período. Peleó innumerables guerras, salió victorioso y derrotado con un ejército que apenas se reunía antes de iniciar la ocasional batalla. Al final de sus días, este coronel sin escuela ni cuartel se preguntaba si toda una vida de guerras, de muertes y de odios entre hermanos, había tenido sentido.
Y es que en esa maraña de guerras civiles, de rencillas regionales y partidistas, no se pensó como nación. Por cuenta de ello, de un día para otro Panamá dejó de ser parte de nuestro territorio, sin protestas, sin lucha, ante la mirada de un país que vivió este episodio con impotencia.