En el Jardín

—Damas y caballeros, les presento a Selene —dice por ejemplo Mauricio, a sus invitados que apenas lo escuchan. Se detiene a mitad de camino y se aparta un poco, con un aire mesuradamente ceremonial, para dejar que se acerquen a la escultura, una mujer de tamaño natural y blancura opaca a la que sostiene un pedestal marmóreo. Ellos se acercan extasiados. Extasiados, con voces que revelan un esfuerzo por mantener la calma, dicen lo de siempre. Que nunca vieron algo igual. Que la obra es sencillamente perfecta. Que la flexión de los brazos, la expresión del rostro, las líneas de los nudillos, la suavidad del ombligo y cada vello del sexo revelan una maestría inconcebible. Que sólo le falta respirar.