Dios y yo

Somos materia y sólo podemos tratar con la materia. De ahí que la comunicación de materia y espíritu, que no es materia, sea imposible. El espíritu es pura invención gratuita. Dios es pura invención, porque siendo espíritu, no es del mundo, no es materia, no es realidad. Todo lo que se afirma de Él es por lo tanto imaginario. Entre espíritu y materia no hay relación; nosotros, materia, jamás sabremos nada acerca del supuesto espíritu. Parménides, el antiguo filósofo griego, lo dijo bien: Lo que es, es; lo que no es, no es. No conocerás, en efecto, lo que no es (pues es inaccesible) ni lo mostrarás. Pues jamás se impondrá esto: que haya cosas que no sean. El ser y el no ser no pueden darse simultáneos. De modo que no pueden darse simultáneos la materia y lo que se llama el espíritu, porque uno es la negación del otro. Yo fui creyente. Allá en la juventud, iba a misa y frecuentaba los dichos sacramentos; se me hizo perder horas preciosas de esta ¡ay! tan breve vida, estudiando la Dogmática y la Apologética, de las que hoy no recuerdo ni el comienzo; discutí con algún protestante, hacía examen de conciencia, confesaba al clérigo de turno mis juveniles pecados, a rachas comulgaba a diario y hasta dirigí una novena. Sencillamente, seguía el camino señalado y no me hacía preguntas.  Pero poco a poco, de unas cosas en otras, fui descabalgando de aquella creencia infantil; hasta que a finales de los años 80 decidí plantearme de una vez por todas la cuestión y poner en claro el asunto. ¿Cuál era mi verdadera relación con aquel Dios que desde la misma cuna me había acompañado? Este libro es el resumen de las conclusiones a que entonces llegué.