Generaciones perdidas. Fábulas sobre la educación

Valores puede ser un término equívoco, en esta mencionada sociedad en la que vales por lo que tienes y no por lo que eres; así que prefiero que hablemos de virtudes.
Este libro hace un hincapié enorme en la virtud, en el desarrollo de la potencia de cada individuo, es decir: en el esfuerzo para mejorar. Virtud en el sentido que tiene en griego la palabra areté (que los latinos tradujeron por virtus), excelencia. No hay nada tan bello y tan legítimo –decía Montaigne– como que el hombre actúe correctamente. Ese ha de ser el objeto de la educación, que no se limita por tanto a la instrucción, y que nunca concluye.
Me atrevería a decir que este es el motivo central de la mayoría de los libros de Gabriel Jiménez, pero de manera especial se nota en una obra de las características de Generaciones perdidas, acaso porque enfocar un tema tan delicado requiere valentía, coherencia, carácter; para mostrar sin cortapisas la mediocridad que nos rodea, la postración o el hastío en que nos acomodamos, señalar sin temor a los responsables y exigirnos un cambio de actitud, un espíritu fuerte.