Historias de Mujeres Comunes I

Sentadas delante de una taza de té, mi madre se removió en su asiento, respiró profundo y nos dijo: "Hijas, hay algo que tienen que saber. Una versión que se comenta a escondidas, en la tierra en que crecí, ahora que soy adulta y vuestra abuela ya no vive, dice que soy hija natural, nadie sabe quién fue mi padre, pero hay fechas que confirman la aventura, aunque no hubo segundas nupcias".

Mi padre lo comentó, en una sobremesa, con tono neutro, como si contara escenas de una película antigua, como si él nunca hubiera estado presente.
"El tren venía cargado de pasajeros. Subí al vagón y me pareció ver una figura familiar: un hombre que sostenía por la cintura a una mujer más joven. Se reían quedamente, como dos amantes cómplices. En un momento se giró y me crucé con los ojos negros de mi padre. Fue un instante, después me dio la espalda, pero alcancé a reconocer una gorra de policía, debajo de su brazo".

"Tengo 28 años, no quiero morir fusilado ni exiliado, dónde el frio anula las voluntades". Lo pensó mi padre y organizó su fuga. Vivió en Argentina hasta los 96 años.

Con estos recuerdos y cientos de comentarios volcados durante las cuatro estaciones, delante de la estufa a leña o a la sombra de la galería, armé un rompecabezas, donde las piezas formaran un diseño de pertenencia.

En los relatos de acá, ya estaba presente. Los comienzos fueron duros. Cada uno es un lienzo pintado durante unas horas, en un día cualquiera de diferentes vidas.

La transferencia en el tiempo, es una fantasía de amor, que suele repetirse.