Rosa de Miami

“Son dos amigos del alma que desputizan el pueblo, se enamoran de una chica y se van de balseros a la Florida. Eso, en líneas generales. También sería la crónica del asalto a un balneario antillano por un puñado de paratrúpers llegados de Guatemala que resultan derrotados, huyen en una chalupa, navegan a la deriva y acaban como antropófagos”. (…)

(Comienzo  de la novela)

 

“Sobre cada página de Rosa de Miami, que se lee como una divertidísima serie de aventuras, gravita la sombra trágica de la Ilíada: los innumerables personajes están atravesados por las exigencias de una ética que privilegia, por sobre todo dilema individual y todo sentimentalismo, la salvación de la propia patria y la destrucción del  enemigo…” (…)

(Leopoldo Brizuela. La Nación)

 

“Rosa de Miami es una notable obra de ficción histórica descrita como la novela definitiva sobre la invasion anti-castrista de Cuba en Bahía de Cochinos, en 1961. También es un montaje extremadamente humorístico de una era definitoria en la historia de la América Latina , que pinta un retrato irónico del periodo burlándose de ambos bandos del conflicto” (…)

(Eugene Carey.  Latin American Review of Books)

 

“Esta  novela de Eduardo Belgrano Rawson  nos transporta a los tiempos del  boom literario de América Latina, cuando  autores como Gabriel  Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Alejo Carpentier desataban nuestra  imaginación, transformaban  la realidad en un sueño y revolucionaban  la forma de la novela.” (…)

(Martin Ebel, Berliner Zeitung)

 

“Rosa de Miami es un texto extraordinario.  Contada “ni a favor ni en contra sino todo lo contrario” la mirada del autor  jamás es cínica ni sobradora; apenas aparece  la ironía, el asombro ante el espectáculo  donde no  falta nada  ni nadie. La novela se traslada de base aérea a malecón, de altamar a campamentos clandestinos, de bolero en bolero, de sueño en insomnio. Alarde de un gran narrador, el capítulo final (Miénteme), que  protagoniza el  balsero Tony Saravia, es sencillamente maravilloso.” (…)

Juan Sasturain. Página 12